Episodios de una agresión física
Tribulaciones de un cronista
Juan Francisco Peón Ancona (*)
Me atrevo a citar la agresión a un personaje importante de la ciudad, Fuente Diario de Yucatán a 18 de Enero de 2009.
“Pero el caso es que a Mérida no le bastan los servicios de un solo y único cuerpo policial como tienen otras capitales provincianas. Necesita dos, el estatal y el municipal, pero ya vemos que ni así funcionan bien las cosas. ¿No será que necesita tres para que la situación se componga...? Los agresores.— Me he impuesto como obligación escribir estas notas, para narrar a los confiados meridanos lo que se siente ser agredido físicamente, a los 76 años de edad, a escasos pasos de la Plaza Grande, un viernes al mediodía, por un individuo alcoholizado vestido con camisa tropical de palmeras, al estilo de los “madreadores” de lupanar.Y por si fuera poco, segundos después, sufrir el feroz ataque —por la espalda— de su esposa o compañera (al parecer muy ducha en pleitos callejeros), quien intentó inmovilizarme, para dejarme a merced del golpeador, cuando intenté defenderme de él... ¿Defenderme de él? ¡Claro que sí!, pues de otra forma me hubiera derribado y tal vez pateado en el suelo, con fracturas en la cara, suficientes para ir a parar a un hospital.Pero no pude evitar un fuerte golpe del sujeto, que me alcanzó en el lado izquierdo del rostro y del cual aún conservo las huellas. Fue precisamente el momento en que la rabiosa mujer me arrancó las gafas —dejándome a ciegas— y las arrojó al asfalto, donde circulaban numerosos vehículos. ¿Qué te parece, lector? ¿Acaso no es digno de figurar en las amarillistas páginas de una nota roja? En plena indefensión.— ¿Y la policía..., y la gente? Nada de lo primero y mucho de lo segundo. Los gritos agudos e insultos de la fémina agresora atrajeron al fin a un tímido policía municipal, que estaba ausente de su puesto en la esquina de “El Olimpo”, y por tanto no vio nada de lo ocurrido, según declaró después.La doña gritaba a voz en cuello acusándome de agresor, y la gente parecía apoyarla. Ante la total indefensión en que me hallaba, sin nadie para auxiliarme, lo único que se me ocurrió, por instinto de salvación, fue refugiarme en el inmediato Palacio Municipal, como cronista que soy, perteneciente al Ayuntamiento meridano. Y hasta allí corrí, seguido por mis agresores y una bola de gente vociferante.En el interior del Palacio.— Tras subir las escalinatas, un guardia municipal me marcó el alto en el descanso de las mismas, impidiéndome llegar a la oficina del alcalde, a pesar de mis súplicas y de mi plena identificación como colaborador del Diario de Yucatán, cuyo gafete llevaba colgado al cuello. La bola de oficinistas y secretarios municipales que acudieron sólo sirvieron para reclinarse en la baranda y “gustar” el espectáculo de insultos y amenazas que seguía lanzándome la pareja de agresores.En esos angustiosos momentos, me sentí en la mayor soledad, totalmente abandonado por gente de la que esperaba un poquito de apoyo y asistencia.Y todo en mi propia casa que es el Ayuntamiento, dado mi cargo de cronista de Mérida. ¿Llegó el escándalo a sus oídos, señor alcalde? El subjefe de la Policía Municipal.—Tras largo rato apareció en escena un nuevo personaje de planchado uniforme e impenetrable actitud, que nunca me dirigió la palabra. Según se rumoró, era el subjefe de la Policía Municipal. Se hizo cargo del caso, sin tomar la única decisión que cabía ante la visible e irregular situación de un viejo agredido, en medio de los vapores alcohólicos que exhalaba el agresor: llevarnos a la Inspección de Policía, a ventilar el asunto.Pero al ver mi decisión de marchar allí enseguida, los atacantes se opusieron tenazmente (¿temor al alcoholímetro?... ¿a cuentas pendientes con la Judicial?), lo cual bastó para que el planchado oficial, tras escuchar sus “razones”, los dejara libres y se marcharan felices a la calle.Momentos antes, para evitar ser llevados a la Judicial, la fémina agresora trató de desviar la atención, fingiendo un desmayo o patatús que causó gran hilaridad en la concurrencia de curiosos municipales y otros que ya colmaban las escalinatas del Palacio. ¿Lo sabía, señor alcalde? Una honrosa excepción.— Pasaba por allí, de casualidad y ajeno a la situación, el licenciado Roger Metri Duarte, director de Cultura del Ayuntamiento meridano, a quien llamé y pedí ayuda en la angustiosa situación de desamparo en que me hallaba. El señor Metri, a pesar de la evidente prisa que llevaba, acudió amablemente a mi llamado, prestándome la atención que necesitaba en esos momentos: una silla en qué sentarme, unas palabras de apoyo, un teléfono para comunicarme al Diario o a mi familia, es decir, la mínima intervención que el caso exigía. Señor Metri, nunca olvidaré su cálida compañía en tan difícil situación.El motivo de la agresión.— Sigo ignorando cuál fue el motivo de la agresión. Unos opinan que fui confundido con otra persona y otros que se trató de un fallido intento de atraco o extorsión por amedrentamiento, por gente —hombre y mujer— que suele actuar en mancuerna, tal como mis atacantes, achacándome ignotas ofensas.Nota.— La agresión ocurrió el viernes 9 pasado, a la 1:15 del día.— Mérida, Yucatán.
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